24 octubre 2011

La muchacha y el pincel prodigioso

nubes

Estaba al borde del precipicio. Las nubes debajo de sus pies no dejaban ver al otro lado, más abajo. Soplaba un viento feroz. Estaba muerta de miedo. Era un querer y un no poder. Era una puerta de madera sin ojo ni llave. Todas las tardes iba al borde del precipicio pero ninguna saltaba realmente. Siempre encontraba alguna excusa en su interior para no hacerlo. Buscaba algo en sus bolsillos para entretenerse. Miraba su perfil olvidado en una red social, preparaba la lista de la compra, o llamaba a alguna amiga. Poco a poco fue olvidando el motivo original que la llevaba todas las tardes a aquel lugar. Sus quehaceres fueron arrebatándole el motivo y con él, su pasión por volar. Con lo que ella había sido. Con lo que le gustaba a ella saltar. Al final la pudo el miedo.

roca

De pequeña disfrutaba con aquello. Le encantaba perderse entre aquellos colores. Le encantaba ir dejando sobre el papel las huellas de aquellos pinceles, lápices y ceras de colores. Disfrutaba con la armonía y el orden no establecido de los trazos fruto de su interior, fruto de su imaginación, de su creatividad. Aquel cosquilleo que recorría su cuerpo en cada ir y venir de su mano. El ruidito del pincel contra el lienzo desnudo. El aroma de aquellos tarritos que trataban a la luz cada uno de diferente manera, dejando al iris una sola frecuencia de onda, o ninguna de ellas o todas a la vez, era embriagador. Correr por el pasillo con su obra terminada aún fresca buscando alguna explosión de halagos de algún adulto ensimismado.

flor

El paso del tiempo dejó aquellas obras de arte en un cajón de un mueble antiguo del salón de la casa de sus padres. Durante muchos años dos viejitos las miraron en las tardes de lluvia. Comisarios de una exposición tan exclusiva que sólo ellos mismos eran dignos de tal explosión de formas y colores.

no

Aquel día se había topado porque así lo quiso el destino con todo lo necesario para el salto. Unas zapatillas nuevas y una cinta para el pelo. Sonrió un instante y me miró. Quedé impresionado por aquel lugar tan alto. Estaba claro que no estaba cómodo en aquel lugar. Me despisté un instante con un ave que desafiaba al viento y cuando volví a mirar ya no estaba. Había saltado. Las nubes de abajo habían devorado su figura y el silencio se adueñó del valle. El viento quiso devolverme su cinta plateada. Supe entonces que ella estaba bien. Regresé al coche ante la inminente oscuridad. Volví a casa y cerré con llave, como siempre.

olvido

Fui recibiendo sus progresos de diferentes maneras. A veces en medio del proceso creativo, otras como una obra terminada. Me había convertido en aquel adulto al otro lado del pasillo que explotaba de alegría viendo las obras de aquella muchacha. Y pintó y pintó y siguió pintando. Tal y como ella apuntaba a menudo, no era experta conocedora de las técnicas, pero estaba claro que aquel era sin lugar a dudas, su medio. Y como tal, se movía por él como pez en el agua. A veces por encargo para alegrar alguna habitación infantil, otras para liberar su tensión diaria acumulada y otras, las más, por puro placer.

Bicicleta

Y sí. Ahora sí. Ya tenía el valor necesario para creer en aquello que hacía. Y era incluso capaz de envolverlo y regalárselo a sus incondicionales. Ventanas improvisadas en una pared para dejar volar la imaginación del observador. Para dar el salto apoyándose en el marco. Y no me refiero a uno cualquiera, no. Estoy hablando del salto perfecto.

21 octubre 2011

Las costillas de Cristina

Reunión de pastores, ovejas muertas. En este caso no hubo que matar a nadie. Fue una de esas veladas agradables con unos buenos amigos delante de una mesa sin arañazos. Estrenamos aquel atardecer entre risas y mis inoportunos comentarios en contra de las suegras y demás cosas repelentes. La carta de ajuste aquí marcaba el paso del tiempo y la altura permitía ver las cosas con otra perspectiva. Aquí tenían que romperse casi un puñado de ascensores para tener que subir andando. Esta es mi corta manera de dar las gracias por la compañía, los manjares y vuestras historias y la gracia con las que las emplatáis.

Que bueno!

Ingredientes para cuatro personas

2 costillares de cerdo

Para la salsa:

1 vaso de cocacola generoso 33 cl

3/4 de vaso de ketchup

1 chorro generoso de miel

Preparación

Reducir en un cazo los ingredientes de la salsa unos 30 minutos.

Horno a 200 grados o a 180 si es de aire.

Cubrir las costillas con la salsa y meter al horno.

Importante que Chan les dé la vuelta. Se requieren dos maniobras. La primera es muy divertida. La segunda, digamos... eficiente

- Parece que alguien se ha quedado con hambre, ¿hacen unas salchichas?

Me muero de la risa cada vez que me acuerdo.

Gracias chicos!

Vaya vista, ¿eh?