03 noviembre 2013

Me fui sin decir adiós, sin decir adónde...

Cambié a Blogger por WordPress como tantos y tantos otros. Y tanta fue la ilusión y tan bueno el cambio que olvidé por completo dar el nuevo enlace.

exigenciasdelguion.com


24 octubre 2011

La muchacha y el pincel prodigioso

nubes

Estaba al borde del precipicio. Las nubes debajo de sus pies no dejaban ver al otro lado, más abajo. Soplaba un viento feroz. Estaba muerta de miedo. Era un querer y un no poder. Era una puerta de madera sin ojo ni llave. Todas las tardes iba al borde del precipicio pero ninguna saltaba realmente. Siempre encontraba alguna excusa en su interior para no hacerlo. Buscaba algo en sus bolsillos para entretenerse. Miraba su perfil olvidado en una red social, preparaba la lista de la compra, o llamaba a alguna amiga. Poco a poco fue olvidando el motivo original que la llevaba todas las tardes a aquel lugar. Sus quehaceres fueron arrebatándole el motivo y con él, su pasión por volar. Con lo que ella había sido. Con lo que le gustaba a ella saltar. Al final la pudo el miedo.

roca

De pequeña disfrutaba con aquello. Le encantaba perderse entre aquellos colores. Le encantaba ir dejando sobre el papel las huellas de aquellos pinceles, lápices y ceras de colores. Disfrutaba con la armonía y el orden no establecido de los trazos fruto de su interior, fruto de su imaginación, de su creatividad. Aquel cosquilleo que recorría su cuerpo en cada ir y venir de su mano. El ruidito del pincel contra el lienzo desnudo. El aroma de aquellos tarritos que trataban a la luz cada uno de diferente manera, dejando al iris una sola frecuencia de onda, o ninguna de ellas o todas a la vez, era embriagador. Correr por el pasillo con su obra terminada aún fresca buscando alguna explosión de halagos de algún adulto ensimismado.

flor

El paso del tiempo dejó aquellas obras de arte en un cajón de un mueble antiguo del salón de la casa de sus padres. Durante muchos años dos viejitos las miraron en las tardes de lluvia. Comisarios de una exposición tan exclusiva que sólo ellos mismos eran dignos de tal explosión de formas y colores.

no

Aquel día se había topado porque así lo quiso el destino con todo lo necesario para el salto. Unas zapatillas nuevas y una cinta para el pelo. Sonrió un instante y me miró. Quedé impresionado por aquel lugar tan alto. Estaba claro que no estaba cómodo en aquel lugar. Me despisté un instante con un ave que desafiaba al viento y cuando volví a mirar ya no estaba. Había saltado. Las nubes de abajo habían devorado su figura y el silencio se adueñó del valle. El viento quiso devolverme su cinta plateada. Supe entonces que ella estaba bien. Regresé al coche ante la inminente oscuridad. Volví a casa y cerré con llave, como siempre.

olvido

Fui recibiendo sus progresos de diferentes maneras. A veces en medio del proceso creativo, otras como una obra terminada. Me había convertido en aquel adulto al otro lado del pasillo que explotaba de alegría viendo las obras de aquella muchacha. Y pintó y pintó y siguió pintando. Tal y como ella apuntaba a menudo, no era experta conocedora de las técnicas, pero estaba claro que aquel era sin lugar a dudas, su medio. Y como tal, se movía por él como pez en el agua. A veces por encargo para alegrar alguna habitación infantil, otras para liberar su tensión diaria acumulada y otras, las más, por puro placer.

Bicicleta

Y sí. Ahora sí. Ya tenía el valor necesario para creer en aquello que hacía. Y era incluso capaz de envolverlo y regalárselo a sus incondicionales. Ventanas improvisadas en una pared para dejar volar la imaginación del observador. Para dar el salto apoyándose en el marco. Y no me refiero a uno cualquiera, no. Estoy hablando del salto perfecto.

21 octubre 2011

Las costillas de Cristina

Reunión de pastores, ovejas muertas. En este caso no hubo que matar a nadie. Fue una de esas veladas agradables con unos buenos amigos delante de una mesa sin arañazos. Estrenamos aquel atardecer entre risas y mis inoportunos comentarios en contra de las suegras y demás cosas repelentes. La carta de ajuste aquí marcaba el paso del tiempo y la altura permitía ver las cosas con otra perspectiva. Aquí tenían que romperse casi un puñado de ascensores para tener que subir andando. Esta es mi corta manera de dar las gracias por la compañía, los manjares y vuestras historias y la gracia con las que las emplatáis.

Que bueno!

Ingredientes para cuatro personas

2 costillares de cerdo

Para la salsa:

1 vaso de cocacola generoso 33 cl

3/4 de vaso de ketchup

1 chorro generoso de miel

Preparación

Reducir en un cazo los ingredientes de la salsa unos 30 minutos.

Horno a 200 grados o a 180 si es de aire.

Cubrir las costillas con la salsa y meter al horno.

Importante que Chan les dé la vuelta. Se requieren dos maniobras. La primera es muy divertida. La segunda, digamos... eficiente

- Parece que alguien se ha quedado con hambre, ¿hacen unas salchichas?

Me muero de la risa cada vez que me acuerdo.

Gracias chicos!

Vaya vista, ¿eh?

11 agosto 2011

La eterna despedida

Aquella noche no podía dormir. Estaba siento un verano inusualmente fresco. Por las noches aunque el día hubiese sido caluroso, el mercurio nos daba un respiro, pero ni con esas. Era extraño porque siempre me quedaba dormido al entrar en posición horizontal. Justo como aquella muñeca que tenía mi hermana con unos contrapesos que cerraba los ojos si la tumbabas mirando al techo. Imposible, no hacía más que dar vueltas y más vueltas en aquel desorden de algodón muelles y lamas de madera.

Ante la impotencia por capturar al duende del sueño, me levanté y deambulé un rato por la casa sin rumbo fijo. Me senté en el sofá, rastreé la librería en busca de un libro con instrucciones para dormir y finalmente conté las prendas de la ropa que había tendidas en el tendedero improvisado.

No sé de qué modo terminé subiendo aquella escalera hasta el último piso. En un afán por encontrar algo de sueño, me había topado con la llave atada a una cuerda roída que el casero me había indicado, abría una vieja y destartalada puerta que daba acceso a la azotea. Sentí ineludible curiosidad infantil y abrí la puerta no sin algo de dificultad.

Tropecé con un escalón del que no había advertencia previa y un grupo de palomas que descansaban en el rellano salieron en todas direcciones asustadas por mi súbita e inesperada aparición. Me encontré entonces en el tejado de mi casa. Rodeado de cuerdas de la ropa y pinzas. Sólo una de las cuerdas parecía estar en uso. Podía imaginarme que aquello se usó en la campaña de marketing para la venta de aquellos pisos en los setenta. Con tendedero propio en la azotea...

Aquel lugar para la relación social de las amas de casa que ocuparían en principio cada una de las viviendas había quedado para que las palomas se cagaran y descansaran al tiempo. Un Facebook analógico y olvidado, de terrazo rojo y cielo azul.

Rápidamente noté el fresquito en la cara mientras me aproximaba al borde. Allí estaba mi abandonada antena parabólica y su cable que bajaba por la fachada hasta mi terraza. Fui levantando la vista y reconocí los árboles del parque a los que por primera vez podía observar desde arriba. El paseo, la piscina, todo estaba en su sitio. Me quedé embobado viendo pasar a los últimos rezagados. Una señora con su peluda mascota, el último desaliñado ejecutivo que probablemente se había quedado a contar cervezas después del trabajo o vaya usted a saber qué.

Sin duda ellos atraparon mi atención desde el momento que hicieron aparición en la escena. Una pareja jóven llegó en un coche. Lo dejaron tirado en un lado de la acera y se bajaron. Fueron juntos hasta el portal dándose codazos. Él con ese gesto de vergüenza de arrastrar los pies, cabeza gacha y manos en los bolsillos. Ella radiante, con un vestido estampado que era del todo generoso con su esbelta figura. Estuvieron alargando la despedida, no dejaban de mirarse, de vez en cuando un empujón y un abrazo. Él la besó varias veces en la mejilla y ella dejaba escapar una risilla por alguna tontería que desde mi ubicación era incapaz de escuchar.

De vez en cuando miraban hacia arriba como para sorprender a algún curioso de ventana e insomnio. Imagino que no hallaron a nadie. Era casi la una y allí seguían como dos medusas bailando en el mediterráneo. Al final ella subió las escaleras y desde el portal le dijo adiós. Él permaneció inmóvil un rato. Comenzó a trompicones el regreso hacia el coche. Se detuvo. Era como si esperase que ella le tapase los ojos desde atrás y le susurrase al oído algo para el recuerdo. Se giró bruscamente para comprobar que ella efectivamente no estaba allí. Incluso volvió sobre sus pasos con la esperanza de encontrársela al otro lado del cristal del portal iluminado. No la encontró. En su lugar un diminuto espacio de mármol diáfano completamente iluminado, vacío. Ella no estaba.

En ese momento comenzaría a torturarse a sí mismo. Imagino por su reacción que se arrepentía de no haber dado el paso. Un beso, el primero, es una expedición por el amazonas. Es un sendero inexplorado y sin retorno. El camino hacia la gloria o hacia el más absoluto de los ridículos.

Ya en su coche esperó dentro un rato hasta poner el motor en marcha. Me lo imagino comprobando todos los sistemas antes de despegar como si estuviese en la cabina de un avión, haciendo tiempo por si ella bajaba a tirar la basura o a buscarlo y abalanzarse sobre él sin preguntar. Cállate y bésame.

Nada de eso sucedió. Comprobados todos los sistemas despegó y dobló la esquina. Su coche también andaba cabizbajo. Y justo entonces encontré a mi duende. Bajé la escalera y me quedé dormido. Soñé aquella noche la vez en que yo mismo fui el protagonista de una historia parecida, hace ya algún tiempo. El dulzor de aquel recuerdo me dibujó en sueños una sonrisa ténue y duradera. Y pude al cerrar los ojos verla de nuevo. Como siempre, radiante.

10 julio 2011

La perfecta desconocida

Tomar un tren con destino incierto es lo más parecido a comprar uno de esos huevos de chocolate con sorpresa dentro. Además siempre cabe dejar volar la imaginación respecto a los desconocidos que nos acompañan. Viajar durante casi tres horas junto a alguien interesante despierta en mí una curiosidad que la imaginación se ve obligada a saciar antes de asaltar a nadie con preguntas que no vienen a cuento. Es como si comprimiésemos una vida entera en cada viaje en tren. Una vida monógama y breve. Aparente y sencilla. Feliz por necesidad, inquietante para algunos, aburrida para otros, melancólica, triste o incluso detestable para los incomprendidos.

Madrid - Barcelona

Llevaba la madurez con total elegancia. Su cuerpo era como uno de esos ordenadores de la manzana mordida, cuidado hasta el último detalle. Manos de porcelana (esto podría ser todo un tópico, pero en este caso era tan cierto como que respiro), tez suave, boca dulce, ojos oscuros, pies pulidos. Era luminosa, todo cobraba vida en ella. Cada detalle era el preciso para cada rincón de su esbelta figura. Hasta las mariposas de su blusa cumplían perfectamente su papel. No había lugar para la duda. Piedrecitas verdes, un anillo desenfadado de plata con piedra blanca, pantalón a juego, ceñido, de corte moderno. Su muñeca vestida con uno de esos relojes de ese Oso catalán que está tan de moda.

Estaba claro que esta mujer, o tenía junto a ella al hombre perfecto o los tenía a todos a la vez. Por la manera de expresarse y del orden de sus cabellos se podía deducir que no tenía que aguantar vello masculino en el lavabo cada mañana. La ausencia de suspiros podía tal vez significar la ausencia de preocupaciones. O eso, o una actriz fantástica que vivía en más absoluto anonimato.

Llevaba como yo, uno de esos teléfonos que te permite sonreír cuando alguien te envía las palabras en el orden adecuado.

La mujer perfecta para una misión imposible, para una cena a la luz de las velas en algún rincón de París. La complicidad hecha persona viajaba junto a mí a bordo de aquella bala sobre raíles de acero. Me pregunto si será una especie de espia o, si como yo, sólo iba a una de esas aburridas e infructuosas reuniones con la delegación en Barcelona y vuelta para casa al final de la jornada.

Desayunamos juntos con los típicos chascarrillos que se permiten en estas situaciones. Sonriente pero ausente. Como una pareja enfadada que guarda las formas delante de unos amigos evitando mirarse a los ojos. Alternamos el desayuno e intercambiamos la prensa escrita. Después sacó de su bolso una de esas ediciones en miniatura de una revista que desvelaban a la mujer de hoy los secretos para una vida plena. Sinceramente, no creo que los necesitase. Me resultó curioso su forma de leer. Llegados a la parte escabrosa de la misma, pareció esconder de mi reojo el texto, tal vez para evitar el escándalo.

¿Placer o negocios?

Esta podía haber sido la pregunta que nunca formularé. Este podía haber sido el comienzo de una tragicomedia con final incierto. Podría ser de esas personas que uno guarda para siempre en un lugar especial. Y no me refiero a un zulo. Alguien que puede hacer que el miedo salga corriendo con las dudas para no volver jamás. De esas personas que solucionan los problemas con una sonrisa.

A veces vemos a alguien que encaja perfectamente en un perfil. Hay pocos perfiles y casi todo el mundo encaja en uno. Las pijas de delante son eso, representan eso e inexorablemente ocuparán la casilla de pijas caprichosas para nada interesantes. La gente auténtica también tiene el suyo propio. La persona que viaja a mi derecha en este tren tiene toda la pinta de ser alguien auténtico.

No obstante me quedaré con la duda. Si resolviese el misterio se acabaría la magia, las palabras al final ensucian por donde pasan y por donde pisan. Son como el hollín silencioso que se acumula en el interior de una chimenea. Prefiero equivocarme acerca de sus manoletinas plateadas. Seguro que las compró en el zoco de Marrakech o en Tánger. O quien sabe si en el mismo Egipto.

Mañana estaré en un banco al sol dibujando el resto de su historia. O tumbado en el césped mirando al cielo pensando qué puede estar haciendo ahora. Las olas del mar guardarán el secreto hasta el fin de semana. El lunes la habré olvidado por completo. Sé que si no fuese así yo estaría atado en una habitación acolchada con una camisa de fuerza.

Si de verdad alguien decide que estas casualidades al ocurrir pinten de vivos colores cada uno de los momentos de mi vida, desde aquí, mi más sicero agradecimiento.

28 junio 2011

Pajarillos de colores

Dejaba volar su mente desde aquel banco de madera desgastada, olvidado por los servicios de mantenimiento y mal puesto por las prisas de los setenta, en pleno auge de la ciudad. Se puso desgraciadamente de moda. Las barcas de los pescadores y sus casas de cal mirando al mar se convirtieron en los cimientos de altas torres llenas de apartamentos en colmena y hoteles a diestro y siniestro. Es lo que tiene ponerse de moda. Alguien debió llenarse los bolsillos al recalificar aquellos terrenos en los últimos años del franquismo. Pero como era de esperar, el superlujo de los setenta, hoy se había convertido en el super-montón-de-cemento feo y descascarillado y herrumbroso y... y... y... de los setenta. La ensalada la completaban un sinfín de campos de golf surgidos sobre lo que antes fueron campos de cultivo.

Cuarenta años después aquello pasó de moda, sus gentes ahora vivían entre las ruinas de una colmena antigua, abandonada, ocupada por algunas abejas viejas y temblorosas que observaban impasibles el deterioro irreversible. La excepción era aquella urbanización privilegiada construida sobre un pedacito de mar para que cada vecino dejase su yate en la puerta de casa.

Aquel banco había visto el auge de todo aquello. Las nalgas de suecas infinitas habían descansado sobre sí durante su juventud. Incluso había asistido orgulloso a la inauguración de aquella plaza el día que el alcalde descubrió la placa que, hoy oxidada, había sido su compañera durante todo este tiempo. En medio de una multitud, durante la inauguración recibió ni se sabe cuantos pisotones de la gente que se agolpaba para ver al artista invitado para la ocasión. Aquello no le importó en absoluto. Ni los tornillos que lo asían al suelo se resintieron.

Hoy ya no era como antes. Lejos quedaban ya las congregaciones multitudinarias, olvidadas las risas y perdidas en el tiempo las carreras por sentarse primero. El negocio ya no es lo que era. Cada mañana cerca de las nueve, un jubilado repasaba su vida en silencio ayudado por un bastón fiel y barnizado. A las once una señora descansaba la compra de los jueves aparcando su carro a un lado. Empaquetaba en sí misma sus penas y las convertía en suspiros que el viento recogía cuidadosamente. Incluso un día la escuchó sollozar. Por la tarde venían a visitarlo dos chicas primerizas en el arte de ser madres a compartir trucos de cocina y a untarse las penas la una a la otra para aliviar el picor que les producían sus igualmente primerizos maridos ausentes.

Los viernes unos chicos arreglaban el mundo mientras destrozaban sus hígados filtrando aquella porquería química en brick que tenía el mismo color que el vino de mi tierra. El domingo una anciana congregaba a un grupo de gorriones para sermonearlos con pan profano, tan capillita ella. Hoy, el viejo banco, aún estando tan poco solicitado, era realmente feliz. Se puede decir que hasta tenía preferencia por una de sus usuarias. Solía escaparse de esa oficina para apaciguar su alma como un puñado de higos que se secaban al sol, especialmente durante los meses de buen tiempo, siempre que la temperatura fuese agradable y la lluvia no hiciese acto de presencia. La muchacha dejaba sobre la madera su estrés de oficina en concisos y breves descansos. Permanecía allí lanzando preguntas al aire en voz baja. A veces incluso la escuchaba hablar con su novio para contarle las peripecias de su día a día detrás de esas cuatro paredes circenses de oficinilla barata. El tiempo parecía detenerse a la sombra de aquel delito ecológico importado de vaya usted a saber de qué país americano. Los gorriones la miraban de reojo buscando alguna recompensa hecha de harina. La observaban y daban saltitos con soltura, cautelosos y curiosos al tiempo. Aquella escena con cada uno de sus protagonistas era una balsa de calma para un corazón acelerado.

Un día, en uno de esos descansos, la sorpresa apareció sin avisar. Descubrió que los gorriones no eran tal aquella mañana. En su lugar, unos primos lejanos, más grandes y ruidosos. Se ocultaban entre las hojas alborotados por la estación. Una especie de periquitos verdes bien alimentados. Como si un niño a capricho se hubiese entretenido sobre ellos con un rotulador verde fluorescente. Alterados y gritones, jugaban a picarse los unos a los otros, como enloquecidos, entre las ramas del árbol en un frenesí inmensurable. Ella no podía salir de su asombro. Comenzó a hacerse todas las preguntas posibles acerca de ellos. Su origen, su destino, peso, felicidad, raza, estado de salud, número de la seguridad social. Lo típico. Pues bien, sólo pudo dar respuesta a una de sus preguntas.

Por aquella escena dedujo que eran felices. Eran poseedores de toda la felicidad concentrada y ausente en los países desarrollados. El resto todos unos infelices. No sé por qué pero aquello le hizo gracia. Se olvidó por un instante de todo lo que la rodeaba. Sus problemas se hicieron pequeños. Más pequeños incluso que su diminuto teléfono móvil. Un oasis pequeño de color y de vida en medio de la herrumbre. Aquel revoloteo la contagió de alegría para el resto del día. Aquella ingenuidad no programada le arrancó una sonrisa. Aquel regalo de la naturaleza urbana dejó sus ojos y su boca abiertos de par en par. Exclamó y señaló en dirección a aquellos fugitivos con alas como si tuviese ocho años. Perdió por completo el hilo de la conversación. La ilusión iluminó sus pupilas y yo, al otro lado del teléfono, pude imaginar el resto. Cielo y nubes incluidas.

Le ciel

20 junio 2011

Futuro de una tragedia...

El presente es ciego, el futuro no tiene pies y el pasado no tiene cabeza...

Hoy venía en el tren, ajeno, como siempre a lo que se cuece en el mundo. Caí por accidente en primera clase y alguien dejó sobre el tríptico de madera, que hacía las veces de mesa durante el viaje, la prensa del día.

Me llamaron la atención dos noticias. Una estaba dedicada a la guerra en Afganistán. La otra a una vida interrumpida. Dos amputaciones de distinta índole y con distintas repercusiones.

Disponía entre sus recuerdos de una infancia feliz, de muy buenos recuerdos de adolescente y de un sinfín de anécdotas curiosas y divertidas. Recordaba llegar corriendo al colegio con la mochila dando trompicones a su espalda. Jugaba con pistolas de agua y globos como todo el mundo a los ocho años. Las reglas del juego cambiaron hace unos meses. Tenía 25 y toda la vida por delante. En realidad, sigue teniendo 25 y toda la vida por delante, pero ahora ya no será como siempre. Iba en uno de esos "todo camino" Lince por una senda que no voy a calificar porque no es menester (no conozco esos lugares ni sus autopistas de tierra). Un golpe sordo. Confusión. Oscuridad. Calor. Un pitido que dicen durará unos meses. Deberá continuar el resto de su vida sin una pierna porque alguien decidió montar una guerra absurda. Alguien decidió colocar una mina absurda. Alguien decidió organizar una misión absurda, que curiosamente pasaba sobre esa mina absurda en el escenario de aquella guerra absurda. Desconozco cómo se desarrollan las misiones en el exterior. Afirman ser de paz. Esa muchacha de 25 años deberá continuar su vida sin una pierna. Deberá enfrentarse a la vida amputada de una extremidad porque se encontraba en medio de todo. En medio de la nada. Lejos de casa. Y a saber el horror de esas personas dentro de ese coche "blindado". No quiero seguir pensando.

Me da pena que pasen estas cosas. Siento que el mundo se está llenando de mierda, los océanos de plástico y el desierto de sangre. No sé las promesas que hará el gobierno a los que viajan al desierto vestidos de verde militar. Desconozco en este caso si iban por vocación o por necesidad. Anda que si era para ahorrar algo de dinero para aflojar la soga de una hipoteca mal planteada. No puedo opinar sin saber, pero eso no quita para que sienta lástima. ¿Y si fué para intentar demostrar algo a alguien? Son conjeturas sin sustento. Con algo de razón, pero sin sustento.

La otra noticia es sobre un asesinato en Fuengirola. Una sueca que salía de marcha la última noche de sus días España jamás pensó que realmente sería su última noche. 19 años tirados a la basura. Toda una vida por delante. Proyectos, ilusiones, trabajos, investigaciones, conversaciones, experiencias... todo eso, todo, a la basura. El asesino apenas dejó la cabeza unida al cuerpo por el hueso. Me da pena. Leemos estas noticias deprisa. Las escuchamos en televisión en el tiempo que asignan a cada una de ellas y en unos instantes se nos olvidan. Esto es genial para el turismo. La puerta de la habitación donde pasó todo llevaba sobreimpreso un vinilo con el rostro de Dalí. El genio no pudo hacer nada por impedirlo. La amiga de la sueca salvó la vida. Pudo escapar. Cosas que pasan.

Van a conseguir lo que ya han conseguido. Desviar la atención y hacernos de acero. La sangre es zumo de tomate y somos impasibles ante la barbarie. Indiferentes ante el horror. Imperturbables ante la muerte. Entre esto y el cine somos seres preparados para sentir pena sólo en navidad, durante las campañas de las ONG para la ayuda al tercer mundo. Saben que abrimos el corazón durante las navidades porque extrañamos a los que no están. Dejamos entre abierta una puerta en nuestro corazón y aprovechan para darnos la cena, la comida y el postre apuñalándonos con estas campañas. Lo saben. Estás pelando un langostino delante de tu cuñado, al que no soportas, y en ese momento aparece en televisión la miseria y el hambre. Y tú estás hasta las orejas de langostinos. Al borde de la gota y del coma etílico. Y olvidaste cerrar el corazón durante la sobremesa. Lo más impresionante es que se intentamos en vano limpiar una conciencia para la que aún no se ha inventado un quitamanchas efectivo. Y las propias ONGs se echan mierda unas a otras diciendo que su competencia gasta el dinero en lujosos 4x4 que no necesitan

El resto del año salen testimonios de cámara en mano, tipo callejeros, mostrándonos la realidad de algún perroflauta de palo o heredero en prácticas que cuenta sus vivencias que lo habrán marcado para el resto de su vida. La navidad se acerca. Tened cuidado.

Y mucho me temo que nadie hará nada. Como siempre. Unos en la playa, otros nadando en su dinero de corrupción, otros en la cola del INEM.

Hora de NO dormir. Una diecinueve y la otra veinticinco. La última tuvo más suerte. O la primera, según a lo que queramos llamar suerte.